el gato filosofal
jueves, 4 de septiembre de 2014
¡Miau! Apolo llegó asustado y sacando la lengua, por
eso le pregunté - ¿Qué te pasa perrito? Parece que
hubieras visto un muerto--. —¡Guau, guau, guauf—Ja-
deando y fatigado, comenzó a contarme su terrorífica
historia: "¡Cerebro!"
Apolo llevaba horas rascando la tierra seca, agitaba
sus garras por todos lados, quería encontrar su hue-
so favorito pero no lograba recordar dónde lo había
escondido. Ya estaba muy cansado, pero de repente
un rayo de la luna iluminó un delgado huesito. Apolo
hundió su hocico en un agujero, gruñía ferozmente
hasta que la tierra comenzó a moverse y de ahí sa-
lieron, uno, dos, tres, diez, cincuenta, cien... Miles
de animales cadavéricos que comenzaron a rodearlo
con sus patas y alas estiradas como sonámbulos, las
mandíbulas colgadas, cuerpos amarillentos con mo-
retones verdosos, sus'pelajes y plumajes totalmente
deshilachados "¡Cerebro, cerebro! ¡Queremos tu ce-
rebro!—Gritaban con voces horribles y muy mal alien-
to, amenazando al pobre perrito. Apolo ladraba con
fuerza ¡zombis! jZombis! ¡Muertos vivientes! ¡Guau,
ayuda por favor!
Et viento de la noche silbaba, las ramas crujían y el
tembloroso Apolo parecía una gelatina con sabor a
miedo; sentía que le jalaban la cola y !e mordisqueaban
sus orejitas. No aguantó más y se aventó a uno de los
agujeros donde había buscando su hueso, se hizo bolita,
apretó sus ojos y luego los abrió despacito. Todo estaba
en silencio, se asomó cauteloso y no había nada, absolu-
tamente, nada. Ahí descubrió que había tenido una pesa-
dilla; seguramente ocasionada, por no comer su merienda
antes de dormir.
eso le pregunté - ¿Qué te pasa perrito? Parece que
hubieras visto un muerto--. —¡Guau, guau, guauf—Ja-
deando y fatigado, comenzó a contarme su terrorífica
historia: "¡Cerebro!"
Apolo llevaba horas rascando la tierra seca, agitaba
sus garras por todos lados, quería encontrar su hue-
so favorito pero no lograba recordar dónde lo había
escondido. Ya estaba muy cansado, pero de repente
un rayo de la luna iluminó un delgado huesito. Apolo
hundió su hocico en un agujero, gruñía ferozmente
hasta que la tierra comenzó a moverse y de ahí sa-
lieron, uno, dos, tres, diez, cincuenta, cien... Miles
de animales cadavéricos que comenzaron a rodearlo
con sus patas y alas estiradas como sonámbulos, las
mandíbulas colgadas, cuerpos amarillentos con mo-
retones verdosos, sus'pelajes y plumajes totalmente
deshilachados "¡Cerebro, cerebro! ¡Queremos tu ce-
rebro!—Gritaban con voces horribles y muy mal alien-
to, amenazando al pobre perrito. Apolo ladraba con
fuerza ¡zombis! jZombis! ¡Muertos vivientes! ¡Guau,
ayuda por favor!
Et viento de la noche silbaba, las ramas crujían y el
tembloroso Apolo parecía una gelatina con sabor a
miedo; sentía que le jalaban la cola y !e mordisqueaban
sus orejitas. No aguantó más y se aventó a uno de los
agujeros donde había buscando su hueso, se hizo bolita,
apretó sus ojos y luego los abrió despacito. Todo estaba
en silencio, se asomó cauteloso y no había nada, absolu-
tamente, nada. Ahí descubrió que había tenido una pesa-
dilla; seguramente ocasionada, por no comer su merienda
antes de dormir.
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